La pandemia sacó a flote debilidades, deficiencias e ineficacias de distintas estructuras del sistema en México, así como la omisión frente a la garantía de diversos derechos humanos básicos para la supervivencia de la población.
Del total de los fallecimientos por el coronavirus en México las mujeres representan un 32.79%. Si bien cada vida es importante ser mujer en sí no es un factor de riesgo para morir por el virus. Pero si lo es para morir a manos de la violencia a las que son sujetas, puesto que ellas ya estaban siendo asesinadas sistemáticamente desde antes.
La primera recomendación de las autoridades fue “Quédate en casa” sometiendo a las mujeres de cualquier edad y en cualquier etapa de su vida (niñez, adolescencia, edad adulta, vejez) a un riesgo latente de aceptar todo tipo de violencias normalizadas por la dominación y desigualdad aceptada social y culturalmente lo que incluye desaprobación, afectación de la autoestima, humillaciones, amenazas de todo tipo, control y vigilancia constante, celos, golpes, vejaciones, violencia sexual y feminicidio.
Además hay que señalar que, al ponderar la atención del sector salud a los pacientes del COVID, se desatendió la atención y suministro de todo lo referente a la salud sexual y reproductiva de las mujeres.
Por tanto la casa –que la mayoría de las veces no es propia- representa una cárcel para las mujeres que sufren violencia de la cual no se puede huir al no contar con otro lugar al cual acudir, primero porque no siempre se cuenta con una red de apoyo, y después –en caso de tenerla- porque trasladarse representa ponerse en riesgo muchas veces por que no se cuenta con el recurso para hacerlo al depender económicamente de quien genera la violencia; no se cuenta con información sobre las instancias de apoyo o se desconfía de su eficacia.
Se han justificado todos los tipos de violencia hacia la mujer bajo el argumento de su reducción como ser, como persona, como sujeto de derechos. De ahí que la mujer corra riesgo en todos los espacios en los que convive con otras personas, como en la calle, en el trabajo, en la escuela, y desagraciadamente de manera más recurrente cada vez, en su hogar, el espacio en el que pasa la mayor parte de su tiempo.
La pandemia ha agravado esa situación, y aun cuando también ha fortalecido la alianza entre mujeres que a través de colectivas y organizaciones de la sociedad civil feministas que no han parado en apoyar a otras mujeres con sus propios recursos, dando acompañamiento y refugio a víctimas de violencia familiar, accionando redes de apoyo y sororidad con la intención de ser agentes de cambio ante la mirada de incredula de quienes dicen que la violencia ha disminuido.
Esas y otras cuestiones son asignaturas pendientes que deben revisarse, replantearse y atacar frontalmente.
Hoy nuestra labor es vital, como agentes y parte de la sociedad, hagamos lo que nos corresponde desde nuestra trinchera, busquemos llenar de acciones y no compromisos huecos, busquemos hacer la diferencia.