Por la hipercrisis que priva en el país, parecieran mellizos el gobierno legal, constitucional, elegido por el pueblo y el de facto, constituido por los malos y las mafias, pero que al final solo forman uno; así el primero digite la máquina del poder desde un palacio, y el segundo, desde donde se sienta más cómodo para mandar. Ambos gobiernan a su modo, con sus reglas, con sus códigos y leyes; a ambos la comunidad les pide por piedad paz y tranquilidad. Son gente que aspira a una seguridad que les ha sido robada desde hace muchos años, y cuyo costo ha sido de muchas víctimas y desaparecidos. En los últimos treinta años se ha desatado contra el pueblo indefenso una guerra sin cuartel de parte de la delincuencia organizada, que parece orquestada por el mismo régimen que simula combatirla, cuando en realidad fomenta la comisión de delitos y la corrupción. Al final del día, como se mencionaba en el destripamiento sintáctico anterior, representan una simbiosis en la que no pueden castigarse a si mismos ni someterse a las leyes. Ante la permisividad, la impunidad y las complicidades del gobierno, el delito, han tenido en los últimos años una variedad de expresiones que han crecido exponencialmente hasta llegar al México actual, envuelto en el escándalo mundial del huachicol, que involucra a políticos del más alto nivel del país, como son los casos del senador Adán Augusto López Hernández y el secretario de Educación Mario Delgado Carrillo; pero lo más “terrible” fue la implicación de la Secretaría de Marina, considerada como una institución incorruptible; aunque ya hacía mucho tiempo que los productos de PEMEX estaban siendo robados en sus redes de ductos, como se evidenció en un Estado del centro del país, donde se produjo una explosión y la muerte de más de cien infortunados vecinos, que habían ido a acarrear combustible. Así que el caso del huachicol no es nuevo, pero estalló en manos de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien tendrá que asumir la responsabilidad para llevar a los culpables de este robo sin precedente a la nación ante los tribunales. Pero el huachicol y sus dañinas consecuencias para la economía del país no parece que será el último capítulo de la historia de México, como tampoco lo será la corrupción y la impunidad.
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SI antes los conflictos agrarios y por límites de tierras permanecían irresolutos con un alto costo en vidas humanas, ahora sin ningún proceso electoral en puerta, la mayoría quedarán en un total y completo olvido, pues las campañas, aunque muy prematuras, están ocupando la atención y el interés del gobierno en el posicionamiento de sus candidatos. Santiago Amoltepec y Santa María Zaniza, poblados enclavados en la Sierra Sur de Oaxaca son una claridad meridiana de la forma en que el régimen morenista enfrenta los conflictos limítrofes entre poblaciones que mantienen disputas ancestrales por la tierra, pero que a pesar del elevado número de víctimas, ni esta administración morenista, ni las muchas del priato han podido pacificar y darles una solución definitiva; simplemente no se ha venido atendiendo el problema y se extiende hasta estos momentos por la perversa costumbre gubernamental de prolongar los conflictos hasta provocar choques sangrientos por falta de atención oportuna y definitiva. El último enfrentamiento de estas dos comunidades zapotecas fue hace más de quince días, pero hasta el momento, familiares de las víctimas, pobladores y autoridades de ambos pueblos coinciden en la falta de atención del gobierno y de mantener el orden en la zona, lo que ha provocado que cerca de cuatro mil niños de los dos pueblos queden sin clases, porque los maestros temen por sus vidas al ir a esos lugares; así también Santiago Amoltepec ha quedado incomunicado por sus vecinos que le han cortado el camino, lo que ha provocado una crisis alimentaria por falta de víveres y medicinas para enfermos y atención para mujeres embarazadas. Pero no son las únicas comunidades confrontadas por conflictos agrarios y limítrofes, sino hay otros más, donde nunca llegan a solucionarse sus diferencias, mucho menos las “gozonas” y el folclor de que tanto presume el gobernador morenista, ni mucho menos del pirómano social, el secretario de Gobierno, mucho mas entregado en cuerpo y alma a sus propios intereses y a su futuro político y económico, en busca de la gubernatura del Estado y menos ocuparse en “nimiedades” -como diría Mafalda- como la hipercrisis de comunidades en conflicto y que la sangre no llegue al río. Así es ahora la política de territorio y no de escritorio
So long raza.