Luis Ramírez / Corresponsal
Oaxaca, Oax., 29 de octubre de 2025.— En Oaxaca, los preparativos para el Día de Muertos comienzan con el olor del cempasúchil y el sonido de los cohetes que anuncian la llegada de los difuntos. Detrás de los altares coloridos y las calles llenas de visitantes, persiste una interrogante: ¿sigue siendo esta una fiesta de los vivos con sus muertos o una tradición que se transforma al ritmo del turismo y la globalización?
El doctor Robert Markens, antropólogo e investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, ha dedicado tres décadas a estudiar el pasado prehispánico desde Oaxaca. Desde su mirada académica —y su vida cotidiana en el estado— observa que la celebración de Muertos ha cambiado más de lo que la mayoría imagina.
“El Día de Muertos en Oaxaca es una fiesta muy singular, se celebra con mucha pasión. Es un encuentro con los que ya no están, pero esta relación con los muertos ha cambiado mucho. Ya no tenemos la cercanía física que existía en el pasado”, explica el investigador en entrevista con El Sol de México.
Markens recuerda que en tiempos prehispánicos, los pueblos zapotecos —como los que habitaron Monte Albán o los Valles de Oaxaca— mantenían a sus difuntos dentro de casa: los enterraban bajo el piso, en tumbas familiares de mampostería, donde convivían generaciones de ancestros.
“Encontramos tumbas con seis u ocho esqueletos. Los muertos no eran olvidados. Se les hacían ofrendas de comida, flores, cerámica. Había una relación diaria con ellos, porque los espíritus eran mediadores con lo sobrenatural. Dependían de ellos para la cosecha, la cacería y la salud”, detalla.
Con la llegada de los españoles y la imposición del camposanto, el vínculo se volvió distante, reducido a un par de días al año. “Se acabó la cercanía. Lo que era una convivencia cotidiana se comprimió a los primeros días de noviembre”, afirma.
El sentido profundo del altar
Aunque con cambios, el altar doméstico sigue reflejando aquella comunicación entre mundos. “Ponemos una foto, comida, bebida, tabaco, pero en esencia seguimos alimentando a las almas. Es un rito de agradecimiento y continuidad. Muchos quizá no lo perciben, pero ese es el verdadero significado”, señala.
En diversos pueblos oaxaqueños, las familias aún cenan junto a las tumbas o colocan tapetes de aserrín frente a los sepulcros: vestigios de una costumbre milenaria que entreteje espiritualidad indígena y ritual católico.
Sin embargo, advierte que la globalización modifica la festividad. Hoy, el Día de Muertos compite con Halloween y se mezcla con el turismo masivo que llena el Centro Histórico. “Hace 20 o 30 años, los turistas no se pintaban como catrinas o catrines. Hoy todos quieren participar, y eso transforma la fiesta. Es positivo para la economía local, pero también cambia el sentido”, reconoce.
El turismo, dice, puede preservar al generar interés y recursos, pero también distorsionar al convertir la tradición en espectáculo. “Muchos ven el Día de Muertos como una fiesta comercial. Se venden disfraces, máscaras, flores de plástico. Y eso puede vaciar de contenido el rito. El peligro está en olvidar que representa la comunicación con nuestros antepasados”.
El riesgo de perder la lengua… y la memoria
El académico advierte que la pérdida de lenguas indígenas amenaza directamente a tradiciones como la de Muertos. “Las lenguas tradicionales están muriendo. Cada idioma encierra una cosmovisión. Si desaparecen, se debilita el aprecio por nuestras fiestas y ritos. Es un proceso silencioso, pero devastador”.
La globalización, los medios digitales y la migración aceleran el cambio cultural. Las nuevas generaciones buscan sobrevivir en economías que premian el inglés o el español, no el zapoteco ni el mixe.
Cuando se le pregunta qué es la muerte, Markens responde: “La muerte es la desaparición del cuerpo físico. Pero hay algo más, una chispa, un espíritu que sigue presente. Los zapotecos antiguos creían que sus almas subían a las nubes, de ahí su nombre: Beniza, el pueblo de las nubes. Tal vez, de algún modo, esa creencia sigue viva”.
Para él, el Día de Muertos no desaparecerá, pero cambiará con el tiempo. “No lo veo morir, pero sí transformarse. La globalización es muy fuerte. Tal vez el turismo mantenga viva la fiesta, pero será distinta: menos íntima, más pública. Más espectáculo que rito”.
Mientras los mercados rebosan de flores, pan y papel picado, la reflexión del antropólogo advierte que la memoria corre el riesgo de volverse mercancía y el vínculo con los muertos de diluirse entre luces y selfies. En esta tierra, donde los difuntos aún tienen rostro y los vivos les siguen hablando, el Día de Muertos sigue siendo una conversación interrumpida por la modernidad que busca ser escuchada.










